El consumo de la sal tiene orígenes muy remotos. Las salinas constituyeron
una de las industrias claves de la Bahía de Cádiz , y mantuvieron una
importancia estratégica en la economía de los pueblos de la zona hasta bien
entrado el siglo XX. A causa de lo dificultoso de los desplazamientos en el
medio, fue surgiendo sobre estas llanuras una diversidad de casas dispersas
(las casas salineras), de reducidas dimensiones, que significaron muy pronto un
elemento fundamental en la configuración de su paisaje, un rasgo visible que
manifestaba, más que ningún otro hecho, la ocupación que los hombres estaban
realizando de estas superficies anegables. Tenían una zona de habitación,
cuadras para las caballerías de labor y de transporte, almacén para aperos
y todas contaban con un aljibe para agua dulce. Sin apenas cimentación,
estaban dotadas de contrafuertes para darles solidez. La dificultad del
transporte de materiales de construcción hizo que se levantaran con piedra
ostionera y sus fachadas estaban cubiertas con numerosas capas de encalado.
Algunas llegaron a tener patio. En ellas vivían los salineros y sus cuadrillas.
Estas casas y sus formas derivan de una actividad, de modo que desaparecida
esta, cayeron en el abandono y en la ruina. Sólo hay un pequeño número de casas
salineras restauradas y conservadas y muy pocas en explotación. La mayoría se
encuentra en distintos grados de ruina por abandono. Parte de estas casas
abandonadas es irrecuperable.
Las casas salineras y sus salinas de la Bahía han
contribuido con sus tipologías después a convertirse
en elementos y referencias inexcusables de identificación del paisaje marismeño
gaditano
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